MI TRABAJO
Sin tiempo ni para quejarme que no tengo tiempo
Futuro "Best-seller" de Dan Brown
LECCIÓN QUINTA: EL MÉTODO DIRECTO
La nobleza del toro se mide por la rectitud de su embestida, y no hay nada en un toro que no pueda aplicarse a un sinvergüenza, es decir que nada se opone a que los sinvergüenzas demuestren su entereza y honestidad actuando de frente, a pecho descubierto.
Este es el Método Directo que, por desgracia, no está disponible para todas las psicologías. Hay sinvergüenzas empedernidos que tiemblan sólo de pensar en el modo mejor de manifestar sus intenciones de sinvergonzonear, si puede expresarse así.
Los hay que necesitan dejar la iniciativa a la mujer y los hay que prefieren separar claramente las diferentes fases del galanteo. Pero el sinvergüenza sabe, en el fondo de su oscuro corazón, que todos los prolegómenos son una pérdida de tiempo. Ninguno ha dejado de soñar en el milagro de acercarse a una hermosa mujer y decirle sencillamente: Tú. Y que ya esté todo hecho.
Lo que sucede es que hay que ser muy especial, tener el corazón valiente y sólido, y un gran desprecio por la sensibilidad de la mujer, para usar cualquiera de las muchas variantes del Método Directo.
Hay, por ejemplo, quien toquetea desde el primer momento: pellizcos en el brazo desnudo, manos al hombro, a la cintura, a la cara, poniendo con los gestos las cartas boca arriba: esto es lo que hay. Todos sabemos que esto funciona a veces, aunque en ocasiones es preciso repetir el tratamiento durante dos o tres días.
Hay quien usa la palabra sin que se le quiebre la voz. Esto y esto, mujer. ¿Qué respondes? Y no cosechan tantos cachetes como dicen algunos chistes, porque casi todas las mujeres -si están a solas- se sienten halagadas por estas primitivas manifestaciones de interés personal.
Hay quien se arrima. Directamente: te presento a fulanita. Hola, y se arrima tanto como puede. Hay quien deja pasar un cierto tiempo, el de tomarse una tapa de algo, y mete mano sin pronunciar una palabra. El fracaso tampoco suele conllevar la anticuada bofetada: todo lo más la mujer separa la mano osada. El sinvergüenza, entonces, pide otra tapa y vuelve a meter mano. Es sorprendente el porcentaje de éxitos.
¿Por qué? ¿Les gusta la osadía a las mujeres? Parece que sí si no hay muchos testigos y si es una osadía exenta de grosería. Al emplear el Método Directo no conviene usar un lenguaje fuerte o tabernario.
Los he visto que meten mano hablando de literatura, de política y hasta en silencio, como quien no quiere la cosa, mirando al tendido. Supongo que las complacientes afectadas se imaginan que ellos no pueden resistirse a sus encantos.
La grandeza de método directo reside en el gran desparpajo que hay que tener. Quien consigue esforzar el corazón lo suficiente, llega a elevadas cimas y no conoce jamás la vergüenza.
Desde mi punto de vista esto no es muy efectivo (hay excepciones). A la mayoría mujeres les gusta histeriquear.
LECCIÓN PRIMERA. ¿QUE ES LA MUJER?
Un poeta tendría mucho qué decir si se le diera la oportunidad con esta pregunta. También un tocólogo y, sin duda, muchos recién casados se desatarían en cánticos, inspirados por la ceguera temporal de su situación.
Pero para llegar a ser un sinvergüenza aceptable hay que rechazar los cantos de sirena y, siempre que la configuración psicológica lo permita, atenerse a la más estricta realidad. Por ejemplo, a todos nos consta que las mujeres tienen alma, pero, ¿qué puede hacer un sinvergüenza con el alma de una mujer? ¿Ponerla en una repisa y contemplarla?
Tome nota el aprendiz: Eche un velo sobre el alma de la mujer.
Una poderosa corriente de opinión insiste en la inteligencia de la mujer. Es temible. Cuando come una manzana -señala la corriente- se las arregla para que alguien la coma con ella. Cuando decide que su marido se tire por la ventana, apunta el tópico, lo mejor es vivir en una planta baja.
Pero, ¿qué puede hacer un sinvergüenza, aun uno modesto, con la inteligencia de una mujer? ¿Pasarse la vida suministrándole libros que la alimenten? ¿Emplearla como contable? ¿Y eso no sería una condenada forma de desaprovechar a la mujer en cuestión?
En otras palabras: el sinvergüenza, si tal es su capricho, puede reconocer el alma y la inteligencia de la mujer, especialmente para descubrirlas a tiempo y resguardarse. Pero el sinvergüenza debe abstenerse de ver a la mujer bajo ese aspecto y, como ya se ha dicho, debe limitarse a lo más material de la persona: a cuanto se puede tocar o palpar.
Digan lo que digan algunas feministas embravecidas, una mujer es un ser maravilloso que puede distinguirse por su rostro lampiño y suave, por sus cabellos largos, en muchos casos teñidos, por su cuello delgado sin nuez y, navegando de norte a sur ojo avizor, por un sinfín de detalles que, tras una severa inspección, no dejarán lugar a dudas.
Para los más distraídos, he aquí una regla de oro: es el ser más parecido al hombre de los que se ven en la naturaleza. Anda erguido, aunque con una ondulación muy peculiar, y habla. Habla mucho y la opinión más extendida es que lo hace para expresar pensamientos.
Por lo demás, Dios ha puesto en ella el don más poderoso de la tierra: la belleza. Cierto que hay mujeres feas, pero nunca tanto como un hombre.
Es apenas machista, en fin muchos asentirán mientras lean.
No solamente "shit happens"
Encontre un texto muy entretenido sobre las hipotesis de un gallego sobre un tipo de hombre en particular. El lo define como sinvergüenza, sin embargo se ascerca mucho a nuestra definicion de güitre. En fin, voy a extraer algunos fragmentos (porque realmente no tengo tiempo como para ponerme a crear cosas) y modificarlos un poco. La idea original es de ARTURO ROBSY
Cada maestrillo tiene su librillo y cada sinvergüenza su Enciclopedia Espasa. Aquí vamos a hablar de una clase de sinvergüenzas, los conquistadores con o sin éxito, incluidos en el viejo arquetipo español del Don Juan. No hablaremos de otros sinvergüenzas más peligrosos, del ladrón al falsario, ni de los canallas que pegan a las mujeres o las explotan, ni de los locos que se dejan pegar por ellas, ni de la enorme variedad de depravados en cuya fabricación parece estar especializándose nuestra codiciosa sociedad.
Los sinvergüenzas objeto de este estudio, al lado de tantos otros, son unas almas de la caridad y, salvo en algunos aspectos, unos caballeros, amantes admiradores de la belleza y algo obsesivos cazadores de la mujer. Claro que la caza de la mujer sólo es el paso obligado para cumplir con el mandato bíblico: creced y multiplicaos.
¡Ah, ¡la multiplicación! Una de las operaciones que más tinta ha hecho correr y que más ha entretenido al ser humano hasta el invento y difusión de la televisión. Millones de años después de descubrirse la multiplicación de la especie, sigue teniendo atractivo.
¿Quién no ha visto, en las proximidades de alguna playa mediterránea, a una rubita conduciendo una vespa rosa y ha pensado "Señor, señor"? Pues el sinvergüenza del que tratamos es el que no piensa "Señor, señor". El va y actúa.
