Poética de la ambivalencia en
“Las ánforas de Epicuro” de Darío
“Retirate dentro
de ti mismo, sobre todo
cuando necesites
compañía.”
Epicuro
El autor modernista
Darío representa la cresta de
una ola modernizadora de la poesía y el arte en general. Propuso una
opción al viejo romanticismo, ya lleno de formulas cristalizadas y
casi carente de creatividad. No solo dió inicio a un nuevo
movimiento artístico sino que además dio forma a una nueva figura
del artista. Darío tenía una seria formación intelectual, un
amplio y seguro conocimiento de su arte, era un intelectual riguroso
y moderno. Con él se instauraron las reglas de la futura
profesionalización del intelectual. Fue el perfecto exponente de la
revaloración del trabajo dedicado al cultivo del arte y las letras y
se opuso a la concepción
de cierto romanticismo imperante en ese momento (especialmente el
español) de que el arte era mera expresión.
El mismo Darío dice que el artista es aquel que “en
el estudio constante,
y en el aislamiento de su torre ebúrnea, pone bajo el triunfo de la
Idea, perseguida y adorada, todo lo que para la mayoría opaca y
sorda, sorprende o deslumbra” (Rama,1984: XI).
En
1896
con pocos meses de
diferencia, se publicaron en Buenos Aires dos libros decisivos: Los
raros y Prosas
profanas. El
primero consagra un tipo de crítica impresionista a través de los
semblantes de sus autores más admirados. El segundo consolida el
triunfo del modernismo (Ruiz Barrionuevo, 2002: 63).
El poemario, en su primera edición, consistió en 33 poemas. En la
segunda edición, publicada en 1901 en Paris, Darío agrego dos
secciones: "Dezires, layes y canciones" y "Las ánforas
de Epicuro", compuestas de varios poemas cada una.
Buscar es transformarse
"Las ánforas de Epicuro"
está compuesta por trece poemas, once de los cuales fueron
publicados en el mismo orden en la Revista
Nueva de Madrid el 5 y
el 15 de agosto de 1899, excluyéndose “Alma mía” y “Yo
persigo una forma”. Estructuralmente está organizada en doce
sonetos mayormente endecasílabos y “Marina”. Predomina, en la
sección, el factor metapoético,
la exposición de ideas filosóficas (Ghiano, 1968: 42) y un cambio
de tono frente al dominante en la primera edición del libro (Ruiz
Barrionuevo, 2002: 83). Lo que confiere unidad a esta agrupación de
poemas y resulta novedoso en la poesía de Darío es la meditación
sobre la vida y el arte, y el tono didáctico que se manifiesta en
los consejos que el poeta da o recibe (Rasi, 1976: 487). En este
momento Darío ya se había consagrado como el mayor exponente del
modernismo. Esta posición de pedagogo ante la juventud tiene
apoyatura en este hecho. Y tal vez la profundización del contenido
se debe al anhelo de darle una base filosófica más sólida a su
poética como reacción a las críticas de por ejemplo Groussac
(Ghiano 1968: 22) o Rodó.
El título de la sección remite
al contenido. Las ánforas son recipientes que contienen líquidos
(fluidos más precisamente), generalmente valiosos; y además de
contenerlos les dan su forma. Este tipo de recipiente es utilizado
por Darío sobre todo cuando lo contenido se relaciona con la labor
poética. Por ejemplo, en “El ánfora” (soneto publicado una
decada antes de Prosas
Profanas) dice “Yo
tengo una bella ánfora, llena de regio vino,/ que para hacer mis
cantos me da fuerza y calor” (1984, 435). “Las ánforas de
Epicuro” no están llenas de vino (o no solo llenas de vino) sino
que (además) están repletas de ideas desarrolladas por el propio
Darío a través de la particularización de varias lecturas,
conformando una especie de eclecticismo dariano. En la conformación
de este eclecticismo, el epicureísmo ocupa un lugar importante. El
mismo Darío, en una contestación a Groussac, dice: "... he
leído muchos filósfos y no sé una palabra de filosofía. Tengo,
sí, un epicurismo
(sic)
a mi manera ..."
(Ghiano 1968: 23). A grandes rasgos, el sistema filosófico de
Epicuro se basa en el equilibrio entre los placeres y los dolores,
ambos necesarios en la justa medida y perjudiciales si se convierten
en excesos: el equilibrio (ataraxia) se alcanza a través de la
tensión de opuestos. Darío no es un epicureista ortodoxo,
sin embargo la tensión de opuestos es para él también un recurso
muy productivo.
Por su
ubicación en el tiempo y en sus poemarios editados en libros, los
poemas de “Las Ánforas de Epicuro” pueden considerarse como la
articulación entre el tono frívolo, entusiasta y parnasiano de su
obra anterior y aquel más otoñal, reflexivo, conturbado y
simbolista de su producción posterior (Rasi, 1976: 485). Darío es
consciente de este cambio: en el poema que abre Cantos
de vida y esperanza
dice “Yo soy aquel que ayer no más decía/ el verso azul y la
canción profana...”. Aquel que ayer dijo el verso azul y la
canción profana es otro pero esta incluido en el “yo” y al
incorporarlo en el presente del “yo soy” no clausura lo anterior,
no lo desecha sino que lo asimila y lo actualiza. El devenir es
constitutivo del “yo” y para avanzar no se puede descartar el
pasado (el progreso auténtico no puede despreciar u olvidar el
pasado). El “yo” nunca puede estar estanco, “ser” es solo un
estado pasajero ya que la búsqueda constante requiere una
transformación permanente. Nos referimos a la búsqueda permanente
enunciada en el poema que cierra “Las ánforas de Epicuro”: “Yo
persigo una forma que no encuentra mi estilo”(1984, 240).
Como
mencionamos más arriba, al igual que en Epicuro, en el pensamiento
de Darío la tensión de elementos opuestos constituye una forma de
aprehender la realidad, de volver inteligible lo exterior al “yo”.
En ambos casos, no se estructuran como opuestos excluyentes, sino que
tienden a la síntesis o al menos a la convivencia en un frágil
equilibrio. Varias de las reflexiones más productivas en el
pensamiento y la poesía dariana se organizan en torno a la relación
de dos entidades opuestas. Por ejemplo, Paz dice que Darío maneja
una concepción dual de las palabras, asimilandola a la concepción
cristiana de los seres humanos, donde el sonido de la palabra
(placentero y temporal) seria el cuerpo y la idea (espiritual e
inmortal) el alma (Rama, 1986 :XXVIII). Otro ejemplo es la relación
entre la vida y el arte. Citando a Molloy:
El yo
celebra no el Arte por el Arte sino el Arte por la Vida, pero siempre
que en la fórmula última no se olvide de algo capital: el carácter
eminentemente artificial, literario del primer elemento (arte) no
tiene por qué estar reñido con el segundo (vida), es parte
importante de él (1988, 41).
Pero la
relación más interesante, metapoéticamente hablando, es “forma y
estilo”. A continuación recorreremos varios poemas de “Las
ánforas de Epicuro” (con especial hincapié en “La fuente”)
para dar cuenta de la productivdad metapoética de la ambivalencia en
Darío.
Un
ejemplo de aproximación
"La Fuente" es uno de
los poemas que componen “Las ánforas de Epicuro” y nos permitirá
revisar algunas de las afirmaciones anteriores. Estructuralmente es
un soneto alejandrino con rima ABAB ABAB CCD EED. El poema es
introducido por una invocación -"Joven"-
que marca el sentido pedagógico que lo atraviesa. Se plantea una
situación de diálogo desigual, en la cual el
poeta-filósofo-pedagogo tiene algo que ofrecerle al joven carente.
La situación de diálogo es introducida por la invocación y la
oferta en primera persona, sostenida por los imperativos o
exhortativos ("debes", "busca" "asciende",
"baja", "desciende" "llena" y "bebe"),
los verbos en segunda persona ("puedas calmar la sed"), y
los clíticos "-te" ("abrevarte", "serte"
y "guíete") y culmina con un verbo de existencia ("está")
cuyo argumento locativo remite a la segunda persona (en ti mismo).
Podríamos plantear una analogía entre este Darío dialogador
pedagógico con el Epicuro que recorría su jardín en amena charla
con los jóvenes discípulos. Este soneto parece también responder a
Rodó en tanto intenta establecer un vínculo entre compañeros de
intereses, tratando de cohesionar espíritus afines a través de una
concepción del arte. El diálogo es una práctica dialéctica en
tanto que dos opiniones diferentes se relacionan y pueden alcanzar
una síntesis. Si bien solo se lee una de las voces, la del
poeta-filósofo-pedagogo, el poema deja en claro que en el interior
del joven (el interlocutor) existe algo de gran valor. Y si
consideramos, como se verá más tarde, que, en tanto metapoesía, la
“fuente” y la “copa de plata” engendraran luego poesía,
aunque no se escuche la voz del joven se la incita a aparecer, a
participar luego de que haya alcanzado las profundidades de su “yo”.
El poema comienza con la oferta
pedagógica: el "yo" poético ofrece algo, tiene algo para
darle al "tú" poético. Y se desarrollará
con un tono imperativo-pedagógico hasta que, finalmente, se
alcanzará, en el último hemistiquio, la exposición final: el
secreto revelado para los que estén dispuestos a aprender.
La "sed" mencionada
desde el segundo verso funciona como el reconocimiento de la
existencia de una carencia que debe ser saciada.
Esta "sed" que solo puede ser calmada con la “copa de
plata” es distinta a la sed por deshidratación, esta sed mata más
que la muerte. Todos los demás necesidades se subyugan a esta. La
“sed” que solo se sacia con la “copa de plata” y “la
fuente” que “está en ti mismo” es la necesidad más básica y
el placer superior.
El agua representa el medio
prototípico para calmar la sed. Existen varios medios para calmar
"la sed", existen varias "aguas" ("Otra
agua"). Pero solo un medio para calmar "la sed" es
grato, y hay que buscarlo en un lugar específico. El cuarto y el
quinto verso, “Mas debes abrevarte tan sólo en una fuente/ otra
agua que la suya tendrá que serte ingrata;” (1984, 235), pueden
entenderse como una reformulación de la citada afirmación de las
“Palabras liminares” “mi literatura es mía
en mí”. Si la fuente está en el interior del joven (como revelará
el final) y este solo debe abrevarse en esa fuente “su literatura
es suya en sí”. Esta interpretación se condice con la
proclamación que Darío hace de una estética acrática que no
imponga modelos o códigos: cada poeta deberá encontrar su propia
poesía.
En la segunda cuarteta se
explicita que el único medio grato para calmar "la sed"
(que subyuga todas las demás) tiene su origen en una gruta viviente
donde se desata la música de su cristal. El origen está en el
interior de una gruta viviente.
Como se revelará en el final, la gruta viviente hace referencia al
interior del “tú”.
La palabra “música” no solo
está adjetivada como interna, sino que además es el centro del
poema. Se encuentra en el verso siete (de catorce totales), al final
del primer hemistiquio. Este verso es el único cuyo primer
hemistiquio, a diferencia de todos los demás, no termina en palabra
grave sino esdrújula: "música", una música central e
interior en el ser humano. Este hiperbaton (“la música interna”
por “la interna música”) cambia el ritmo del poema y genera
otros efectos de sentido. Cambia el ritmo del poema cambiando
“música”. La música, como arte del sonido y el ritmo es
generada por tensión y relajación (ya sea de cuerdas -de
intrumentos o vocales-, de los parches de instrumentos de percusión
o de la vibración de aire). “Gruta viviente” y “la interna
música” hacen clara referencia al espacio interior del hombre
donde nace el arte, revelando que la necesidad más básica y el
placer superior son aquellas relacionadas con el interior del ser
humano: con el arte. En el centro del poema y, por extensión, en el
centro de la persona hay música, hay poesía.
El último verso de la cuarteta
"junto al árbol que llora y a la roca que siente" continúa
la especificación del origen del medio para saciar "la sed",
y lo sitúa nuevamente en la interioridad, en la zona donde se
engendran los sentimientos. Este verso tiene su contrapartida en la
primera cuarteta del poema "Lo Fatal" dedicado a René
Pérez que cierra Cantos
de vida y esperanza, los cisnes y otros poemas.
Estas dos figuras contrapuestas por el paralelismo sintáctico
podrían representar dos elementos que funcionan como polos opuestos:
los sufrimientos y los placeres.
"El árbol que llora" representa la expresión del
sufrimiento y "la piedra que siente", la capacidad de
disfrutar de los placeres a través de la percepción. Ambas
expresiones son cercanas al oxímoron lo que provoca la amplificación
de las sensaciones ¿Qúe tan profundo tiene que ser un sufrimiento o
un placer para que un árbol llore y una roca sienta?.
En "Lo Fatal" la utilización de estos dos elementos apunta
a un fin diametralmente opuesto, por la naturaleza distinta de ambos
poemas. Mientras uno está compuesto con un tono jovial, exhortando a
la búsqueda de la felicidad en uno mismo, el otro está marcado por
la desilusión y el desencanto hacia la vida. Pero en ambos casos,
estos símbolos representan la capacidad de sentir la vida, de
aprehenderla para sufrirla o disfrutarla. La percepción funciona
como la herramienta para disfrutar los placeres y sufrir los pesares,
y también como base del conocimiento.
Encontrar el origen no es una
tarea sencilla, la guía es un perdido murmullo, mediatizado por el
eco. Y el camino a recorrer es arduo, duro, áspero, ascendente y
descendente. El principio del recorrido es ascendente y escarpado. Se
debe alcanzar el orgullo nacido de causas nobles y virtuosas. El
ascenso es peligroso y solitario.
Es necesario hacer cumbre en el orgullo, pero no se debe llegar hasta
la soberbia, cuando se llega al orgullo, cuando se han alcanzado
ciertas virtudes destacables se debe descender hacia una
introspección, manteniendo constantemente el esfuerzo que se realizo
para ascender.
En los tercetos, la rima permite
relacionar "abismo" con "mismo", cuando uno
contempla el abismo contempla las profundadides de su ser (algo
similar a los cuadros de "El caminante sobre el mar de nubes"
y "El monje a la orilla del mar" de Caspar David Friedrich,
pintados en la primera mitad del siglo XIX). Con la misma constancia
y esfuerzo con que el buscador de la fuente estudia su exterior para
obtener virtudes, para aprender, para conocer, debe estudiar su
interior para encontrar algo mucho más valioso: "la fuente".
La entrada al recinto interior de
uno mismo es sombría y no tiene fácil acceso. Siete bestias fieras
son el último obstáculo a sortear. Estas siete panteras representan
los pecados capitales,
los excesos, la falta de moderación y prudencia. Dado que algunos
representan el exceso de placeres (gula, lujuria, etcétera), al
describirlos como bestias fieras se da a entender que incluso el
exceso de disfrutes se convierte en perjudicial (cuando alguien
podría, en cambio, considerar a los placeres o disfrutes como
inherentemente positivos). Para alcanzar el equilibrio, incluso los
placeres deben ser moderados.
Estas bestias representarían todas las tentaciones que desviarían
al joven de su búsqueda. Claro está que Darío no propone una
eliminación o reducción de los placeres, generalmente tiende a
exaltarlos. Si bien suelen estar connotados positivamente, esta
advertencia sobre los excesos muestra que hasta los placeres son
considerados de manera ambivalente por Darío. Pero ni siquiera los
excesos son descartados por perjudiciales: las bestias están en el
interior de la persona y cumplen la función de proteger “la
fuente”. Esta no es alcanzable sino a través de los excesos, es
necesario atraversarlos, experimentarlos. Incluso los “Siete
Pecados” tienen un doble valor, son peligrosos pero al mismo tiempo
cumplen una función necesaria.
Al final del arduo recorrido, se
puede saciar “la sed” porque el maestro reveló el lugar de “la
fuente” y el “joven” se dejo guiar hacia sí mismo y logró
superar las fieras que se interponían entre él y su interior, pero
sobre todo, porque se le concedió esa “copa de plata”. La fuente
es tan personal como la literatura de Darío en las “Palabras
liminares”; “La literatura es mía
en mí” y la fuente es mía en mí. Pero la copa es ajena y la
combinación estos dos elementos es necesaria para saciar “la sed”.
El contenido de la fuente llena la copa y adquiere su forma y así se
supera el solipsismo. Los contenidos más profundos de uno mismo
adquieren una forma que resulta inteligible para otros. “Copa” y
“fuente” entran en tensión del mismo modo que “forma” y
“estilo”. Y la tensión nunca se resuelve por la supremacía de
uno de los términos y la exclusión del otro, como en la música, la
tensión es funcional a la armonía.
La forma (la copa) que es
intersubjetiva se llena con el estilo (el contenido de la fuente) que
es intersubjetivo. En este proceso el valor de la forma cambia, ya
que tiene contenido; y al mismo tiempo el estilo amolda su forma a su
recipiente. Como resultado se obtiene poesía. Finalmente, luego de
llenar la copa, de hacer poesía, hay que beberla ¿Cómo se bebe
poesía? ¿Leyéndola? Por lo pronto, consumir poesía alimenta la
fuenta que luego se convertirá en el contenido de nueva poesía.
Recorrido a vuelo de cisne
Este dualismo en tensión es la
forma en que Darío concibe su poesía (tal vez no sería demasiado
arriesgado expandir esta afirmación: es como concibe la vida).
“Las ánforas de Epicuro”, dado su contenido metapoético y
reflexivo, están vertebradas por esta tensión. Ya mencionamos la
tensión entre forma y estilo en el último poema de la sección “Yo
persigo una forma...” que se resuelve en una persecución constante
e infinita que devendrá en la metamorfosis del yo del poema liminar
de Cantos de vida y
esperanza,
ya que la tensión de estos elementos hace que se modifiquen o
condicionen mutuamente. El estilo se adapta a la forma y esta se
retroalimenta del estilo generando un “equilibrio del
desequilibrio”, en constante movimiento.
En “La espiga”, se oponen lo
material y lo divino, lo corporal y lo espiritual. El viento,
incorpóreo, tensiona el tallo del trigo (material, corpóreo) hasta
torcerlo, pero sin quebrarlo. Este movimiento se convierte en el
ritmo con el que la espiga, luego, pintará el cielo (y la relación
de tensión modifica a los dos elementos). “Pues en la paz del
campo la faz de Dios asoma”, lo natural y lo divino están en
tensión pero logran la convivencia en equilibrio.
Esta relación es mucho más
explicita en “Palabras de la Satiresa”. La satiresa es un
personaje cargado de sensualidad; un personaje lujurioso, carnal y
pagano. Sin embargo es ella misma quien le dice:
sabe que está el secreto de todo
ritmo y pauta
en unir carne y alma a la esfera
que gira,
y amando á Pan y a Apolo en la
lira y la flauta,
ser la flauta Pan, como Apolo en
la lira.
Lo apolíneo y lo dionisíaco
representan opuestos desde la antigüedad clásica y, al igual que en
los poemas anteriores, se muestra la síntesis de ambos como un
estado superador, sin desechar ninguno de los polos de la oposición.
El interior de la persona, el
alma, como fuente de arte (de canciones en este caso) es retomada en
“Ama tu ritmo...”. En este, la tensión es sobre todo entre uno y
el mundo, el “yo” y los “otros”. Se pone en duda la unidad
del sujeto: “eres un universo de universos/ … La celeste unidad
que presupones/ hará brotar en ti mundos diversos...”. El “yo”
no es uno, como se puede presuponer, es múltiple. Y tal vez, más
tarde ese yo múltiple incluirá a “aquel que ayer no más decía”.
El rastreo podría extenderse,
incluso más allá de la sección, pero creo que ha sido
suficientemente ejemplificado. “Las ánforas de Epicuro” tienen
un marcado carácter metapoético y, como reflexión sobre su propia
poética, dan cuenta de las elecciones de Darío. Entre otras
carácterisiticas (como el tono didáctico y reflexivo), la sección
está atravezado por una perspectiva particular de las oposiciones
binarias que se resuelve a través de la ambivalencia (utilizada en
dos sentidos: como la posibilidad de asignar interpretaciones o valor
opuestos o disimiles al mismo objeto -doble valor-; o como la
convivencia -aunque sea fragil- de estados opuestos). Esta
perspéctiva ambivalente también caracteriza a otros modernistas,
por ejemplo, en la relación que tienen con la tecnología: es
fascinante y al mismo tiempo peligrosa; se maravillan pero no bajan
la guardia, se mantienen alertas. “Odi et amo” dirá Molloy
citando a Catulo (1988,
35).
Frente a algunas críticas que
caracterizan su poesía como una impostura, como trivial o falta de
sentimientos y pasión,
Darío reune esta sección de poemas, en la segunda edición de
Prosas Profanas,
preludiando el cambio que se operará en Cantos
de vida y esperanza.
Pero, aunque la sección tiene un tono más reflexivo y otoñal que
el resto del poema, no abandona la estetización ni el juego con el
ritmo y la forma, sino que deja en claro que la oposición forma y
contenido o forma y “sentimientos y pasión” no debe resolverse
desechando uno de los polos. Y, como ilustra la construcción
metafórica de la poesía como un recipiente colmado de un fluido
personal e interno, la concomitancia condiciona y altera los
elementos.
La idea y el sonido se condicionan mutuamente, al igual que la forma
y el estilo. Cada elección de palabra implica la consideración
tanto de la idea como la del sonido. Igualmente en las elecciones de
forma y estilo. Esta es la dialéctica dariana.
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