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Algunas consideraciones sobre la concepción de lo femenino en Medea de Eurípides.


Gracias a la Hipótesis de Aristófanes de Bizancio sabemos que la Medea de Eurípides se representó en los tiempos del arconte Pitodoro, en el primer año de la Olimpiada 87 (es decir, en el 431 a. C.: año del comienzo de la Guerra del Peloponeso). Sabemos también que la obra participó de un certamen en el que salió vencedor Euforión, en el que Sófocles fue segundo, y en el que Eurípides con su tetralogía de Medea, Filoctetes, Dictis y el drama satírico Los recolectores, fue tercero.
Esta obra es especialmente compleja y parece inagotable. Nos enfocaremos en como el conflicto de lo femenino ocupa un lugar preeminente en una obra compuesta para una sociedad patriarcal como la ateniense del siglo V, y para un público predominantemente masculino. 
En esta obra, Eurípides no solo le da voz a los personajes femeninos, sino que además elige como figura central de la obra a una mujer, y parece oponerse a la tradición misógina vigente desde los grandes poemas épicos. Fuera del drama, en la cotidianidad de la Atenas del siglo V, era algo digno de la mujer ateniense que nada pudiera saberse sobre ella[1]; las mujeres vistas en escena (si bien eran representados por actores masculinos) ya estaban deshonradas, fuera de su lugar, al ser vistas por el público, en público. La mujer estaba relegada al ámbito privado, como guardiana del oikos, y sin ninguna participación en el ámbito público, excepto algunas celebraciones religiosas (los griegos eran, en general, de la opinión de que solo se podía ser humano en el pleno sentido de la palabra participando en una comunidad formada por semejantes que rivalizan entre sí, por lo tanto solo los hombres podían ser humanos). El papel cívico de las mujeres se limitaba a engendrar ciudadanos y a servir de prenda en la transacción entre yerno y suegro. Por otro lado, los hombres griegos sabían que sus mujeres tenían ideas referidas a lo público, y algunos textos (como Lísitrata de Aristófanes) nos hacen pensar que hasta incluso algunas habían llegado a manifestar estas ideas. No apoyaremos el supuesto feminismo de Eurípides (mucho menos su supuesta misoginia), en cambio creemos que vio en la situación de las mujeres un problema, y como partidario de la sofrosine, quiso mediar en este conflicto criticando de manera particular su sociedad.
Partiendo de que Eurípides no toma una posición unívoca sobre la concepción de lo femenino, sino que plantea varias posibles posturas (al menos tres) para contraponerlas a una concepción general vigente en la sociedad Ateniense contemporánea a la composición de la obra, proponemos observar las distintas posturas para tratar de descubrir una posible estrategia crítica pedagógica utilizada por el poeta como elemento constitutivo de la obra.
Desde los más antiguos textos griegos que conservamos la concepción de la mujer ha sido generalmente peyorativa: uno de los casos más claros es Hesíodo. Tanto en Los trabajos y los días como en La Teogonía desarrolla el mito de Pandora como un mito de caída: Pandora, de quien “desciende la funesta estirpe y tribus de mujeres, gran calamidad para los hombres que con ellas viven”[2], es un castigo enviado por Zeus a causa del robo del fuego. Este mal es tanto más terrible por dos motivos: la atracción que genera en el hombre (por los dones con que los dioses la ataviaron) y por su absoluta necesidad para engendrar nuevos hombres. Esta misma concepción divide a lo masculino y lo femenino en parejas de opuestos que aun repercuten en la actualidad. Mientras que al hombre le corresponde la cultura y la civilización, la guerra, la política, la razón, la luz; a la mujer le corresponde la naturaleza, la insociabilidad, las actividades domésticas, la falta de moderación, la noche.[3]
Esta concepción de lo femenino podría ser representada en la obra especialmente por Jasón. Desde las palabras que el poeta pone en su boca formaremos una concepción de lo femenino que suponemos que el poeta crítica.
Jasón dice (vv. 569-575):
Sin embargo, hasta tal punto han llegado, mujeres, que consideran tener todo mientras la cama marcha bien, pero si surge alguna desdicha en cuanto al lecho, ponen a lo más ventajoso y a lo más bello como la mayor amenaza. Pues hubiera sido necesario que desde el principio que los mortales engendraran hijos de otra manera, y que no existiera la estirpe femenina: Así no existiría ningún mal para los hombres.
Y luego (vv. 908-910):
Alabo, mujer, estas decisiones y no te reprocho aquellas: Pues es natural que la estirpe femenina se encolerice con el esposo cuando otra boda se negocia a escondidas.
Para esta concepción la mujer es la causa de todos los males para los hombres, y solo son necesarias para engendrar nuevos hombres. Además (si bien esto puede ser circunstancial) Jasón remarca la excesiva importancia que le dan a los problemas del lecho. Es importante destacar que es muy difícil que las palabras de Jasón representen las ideas del poeta. El héroe de la expedición de los argonautas está en esta obra despojado de todos los rasgos heroicos: es ingenuo, pedante, materialista y si el público desarrolla algún tipo de simpatía es por la innaturalidad de ver a sus propios hijos muertos.
En oposición, la voz femenina está representada en la obra por tres posturas: En primer lugar por la nodriza, una esclava anciana; en segundo lugar por el coro, personaje colectivo que representa a las mujeres de Corinto; y en tercer lugar por el complejo personaje de Medea.
La nodriza es una esclava de alta jerarquía; encargada de criar a los niños, y en algunos casos a guardar el tesoro y enseñar a las otras esclavas a trabajar. En esta obra es el personaje encargado del prólogo en el que desarrolla la prehistoria mítica y luego la situación presente de Medea. Como gozne entre estas dos partes del prólogo enuncia una especie de sentencia (iterativo de presente) sobre la relación entre esposos (vv. 14-15):
Esto es precisamente lo que se convierte en la mayor salvación, cada vez que una mujer no este en desacuerdo con (su) varón.
Para la mentalidad de la nodriza, la mujer debe atenerse a su varón. En eso consiste la mayor salvación, en que la mujer pasivamente concuerde con su esposo. Si bien estos versos parecen apoyar la concepción general de la mujer, cabe destacar que Eurípides las puso en la boca de una esclava. Ser activo y tener voluntad propia no representa una virtud para un esclavo, sino un defecto. Siendo ella además mujer, considera que lo que para ella representa una virtud lo será también para cualquier mujer ¿Entonces el público consideraría que lo que le parece a una esclava la mayor salvación realmente lo es? ¿Notaría que esto es dicho por una esclava? Sostenemos que sin importar las respuestas a estas preguntas, existe al menos una intención por parte de Eurípides en poner en boca de la nodriza estas palabras, una intención tendiente a relativizarlas, ponerlas en duda, quitarles el valor de verdad absoluta. Y así comienza el poeta a desbaratar paulatinamente la concepción de lo femenino vigente en la época.
En contraposición a la nodriza está el coro, un personaje colectivo que representa mujeres libres, que obviamente tenían un estatuto superior a las esclavas, pero estaban ligadas a sus tutores como eternas menores. La ateniense[4] de buena familia se quedaba en su casa rodeada[5] y solo salía para cumplir con su labores religiosas.[6] Estas mujeres libres consideran a Medea su φλον (su igual, su amiga, su compañera, perteneciente a la misma clase) aun cuando es extranjera, y la acompañan a lo largo de la obra brindando su apoyo, excepto en lo referido al asesinato de sus hijos.
El coro canta (vv. 410-430):
Las corrientes de los ríos sagrados corren en sentido inverso, y la justicia gira todas las cosas hacia atrás. Los hombres tienen decisiones engañosas y la fe de los dioses ya no se sostiene con firmeza. Las leyendas producirán con sus giros que mi buena fama tenga vida: La honra se encamina para la estirpe femenina, nunca más la fama de mal rumor se adueñara de las mujeres.
Y las musas de los antiguos cantos dejaran de cantar himnos a la falta de confianza en mí. Pues el conductor de melodías no infundió en nuestra mente el divino canto de la lira: en ese caso, hubiera hecho resonar un himno como respuesta a la estirpe de varones. Una larga existencia tiene muchas cosas para decir de nuestro destino y del de los hombres.
Y luego (vv. 1081-1089):
Ya he marchado muchas veces al son de las palabras más sutiles, y llegué a combates mayores que los que la estirpe femenina necesita buscar. Sin embargo nosotras tenemos también una musa, que nos enlaza a causa de la sabiduría: aunque no a todas. Y ciertamente, quizá se podría encontrar un pequeño número entre muchas de la raza femenil que no esté alejado de las Musas.
El coro crítica primero a los hombres: las mujeres han tenido desde antaño mala fama, pero los hombres son engañosos e impíos. La mala fama exclusiva de las mujeres está por lo tanto injustificada, y es hora de que su estirpe sea reivindicada. Esto no ha pasado antes porque carecían de un canto para responderle a los hombres (no tenían voz). Pero con el correr del tiempo, gracias a que algunas de las mujeres están relacionadas con las musas (¿tal vez Medea?), tendrán la capacidad de responder. Mientras tanto Eurípides responde por ellas.
Por otro lado, el personaje de Medea está construido de manera tan particular que aún siendo filicida alcanza la simpatía del público, o al menos que se conmisere con ella. Tal crimen bastaría para calificar a cualquier personaje de villano, y sin embargo Medea se yergue indudablemente como la heroína trágica ¿Cómo es posible que la filicida sea simpática para el público? Ciertamente las obras de Eurípides no permiten una interpretación unívoca, el poeta no termina de revelar lo que considera lo correcto, en cambio, después de plantear ciertas problemáticas y posibles abordajes, deja que el público reflexione y forme una opinión por sí mismo. El personaje de Medea es un ejemplo de esto: está construido tan complejamente y con tantos matices que resulta extremadamente difícil etiquetarla: siempre habrá espacio para la duda. ¿Cómo recibiría el público las palabras de Medea? ¿Cómo las de una extranjera, filicida, asesina, hábil mentirosa? ¿O cómo las de una persona sabia? ¿Cómo las de una de las pocas mujeres relacionadas con la musa de la sabiduría? Podemos conjeturar que el poeta se identifica con este personaje, o al menos pone en su boca de algunas de sus ideas propias. El tercer punto de vista con el que se aborda la problemática de lo femenino es el que más duramente crítica el estado de la mujer en la sociedad griega.
Medea dice (vv. 230-251):
πντων δ ς στ μψυχα κα γνμην χει
γυνακς σμεν θλιτατον φυτν:
ς πρτα μν δε χρημτων περβολ
πσιν πρασθαι, δεσπτην τε σματος
[λαβεν: κακο γρ τοτ τ λγιον κακν].
κν τδ γν μγιστος, κακν λαβεν
χρηστν: ο γρ εκλεες παλλαγα
γυναιξν οδ οἷόν τ ννασθαι πσιν.
ς καιν δ θη κα νμους φιγμνην
δε μντιν εναι, μ μαθοσαν οκοθεν,
πως ριστα χρσεται ξυνευντ.
κν μν τδ μν κπονουμναισιν ε
πσις ξυνοικ μ βίᾳ φρων ζυγν,
ζηλωτς αἰών: ε δ μ, θανεν χρεν.
νρ δ, ταν τος νδον χθηται ξυνν,
ξω μολν παυσε καρδαν σης
[ πρς φλον τιν πρς λικα τραπες]:
μν δ νγκη πρς μαν ψυχν βλπειν.
λγουσι δ μς ς κνδυνον βον
ζμεν κατ οκους, ο δ μρνανται δορ,
κακς φρονοντες: ς τρς ν παρ σπδα
στναι θλοιμ ν μλλον τεκεν παξ.
Y de todas las cosas que son animadas y tienen pensamiento, las mujeres somos el retoño más desdichado: en primer lugar, es necesario comprar un esposo con una cantidad exagerada de bienes, y tomar un soberano de nuestro cuerpo: Este es un mal más doloroso que cualquier otro. Y en esto radica el mayor conflicto, o adquirirlo malo o noble. Pues no es digna la separación para las mujeres, ni es posible repudiar al esposo. Y cuando alcanzo nuevas costumbres y leyes, es necesario ser adivina, por no haber aprendido desde el hogar a quien necesitara como compañero de lecho. Y cada vez que el esposo convive sin violencia, soportando el yugo con nosotras porque trabajamos bien, esta vida es envidiable. Pero si no, es preferible morir. Pues el varón, cuando odia convivir con los de adentro, saliendo de la casa cesa el hastío del corazón, dirigiéndose hacia un amigo o compañero. Para nosotras es forzoso mirar a una única alma. Dicen que nosotras llevamos una vida segura dentro del hogar mientras ellos luchan con la lanza. Piensan mal: tres veces preferiría estar de pie al lado del escudo más que parir una vez.
Y luego (vv. 263-266):
... Pues en lo demás la mujer está llena de miedo y es mala para la guerra y para contemplar el hierro. Pero cada vez que la afretan en cuanto al lecho, no existe otra mente más homicida.
Finalmente (vv. 407-410):
Pues sabes: también hemos nacido mujeres, las más faltas de medios para lo honorable y las más sabias artesanas de todos los males.
Las mujeres son muy capaces de hacer males, como hará evidente la misma Medea en la obra. Aún así son el retoño más desdichado de todas las cosas que tienen pensamiento y alma: deben comprar con exceso de bienes un soberano de su propio cuerpo, un desconocido que si por azar es un mal hombre, al separase la mujer será difamada. Existe de todas formas una vida envidiable: cuando la pareja de manera conjunta soporta el yugo, sin violencia de parte del marido y con laboriosidad de parte de la mujer. Si el peso del yugo no se lleva en conjunto es preferible para la mujer morir, ya que el varón puede cesar el hastío saliendo de su casa, y la mujer no solo está limitada al interior del hogar, sino también a contemplar una única alma.[7] Y ni siquiera, como podría sostenerse, tienen una vida fácil y libre de peligros, el parto por ejemplo no solo es muy riesgoso sino que además es extremadamente beneficioso para toda la polis.
De esta manera el poeta crítica la concepción de lo femenino que compartía la mayoría del público. Y no lo hace de manera panfletario, enumerando lo que cree incorrecto y sancionando lo que se debería hacer. En cambio utiliza un método casi mayeútico: presenta la concepción general en boca de un personaje de dudosa moralidad y luego le contrapone a lo largo de la obra distintas posturas. Estas no se alinean bajo la misma ideología: así la nodriza mantiene una postura más conservadora y el coro y Medea son abiertamente críticas. El público no genera un prejuicio que se podría crear si la obra fuera panfletaria y abiertamente crítica a su ideología. De manera mucho más sutil, paulatinamente, el autor genera una molestia en el público para obligarlo reflexionar. Sin embargo evita que esta crítica sea demasiado evidente. Al finalizar la obra el público tendrá la sensación de que algo anda mal: “¿Realmente es justa la fama de las mujeres? ¿Debemos tratarlas como las tratamos?”.


[1] Según nos dice el Pericles de Tucídides en el discurso fúnebre.
[2] Teogonía, v. 569 ss. Ed. española de A. Pérez y A. Martínez. Ed. Gredos, Madrid, 1983.
[3] C. Mosse (1990) p. 111.
[4] Si bien el coro está compuesto por mujeres de corinto, la obra fue escrita por un ateniense y para atenienses, y en el proceso se adapto el mito para encajar en su situación de representación.
[5] Es interesante notar que el coro sale de su casa para acompañar a Medea, rompiendo con la costumbre, con lo aceptable, pero quizá esto se explique por el contexto mítico en el que la obra se sitúa.
[6] C. Mosse (1990) p. 64.
[7] La mujer adúltera era severamente castigada, el marido podía repudiarla, y además era excluida de toda participación de los cultos de la ciudad, ya que su principal función era dotar a un ciudadano de herederos legítimos. El hombre solo era castigado si mantenía relaciones con la mujer de otro ciudadano, pero no si lo hacía con cortesanas, concubinas, jóvenes, esclavas o extranjeras.