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LECCIÓN QUINTA: EL MÉTODO DIRECTO

La nobleza del toro se mide por la rectitud de su embestida, y no hay nada en un toro que no pueda aplicarse a un sinvergüenza, es decir que nada se opone a que los sinvergüenzas demuestren su entereza y honestidad actuando de frente, a pecho descubierto.
Este es el Método Directo que, por desgracia, no está disponible para todas las psicologías. Hay sinvergüenzas empedernidos que tiemblan sólo de pensar en el modo mejor de manifestar sus intenciones de sinvergonzonear, si puede expresarse así.
Los hay que necesitan dejar la iniciativa a la mujer y los hay que prefieren separar claramente las diferentes fases del galanteo. Pero el sinvergüenza sabe, en el fondo de su oscuro corazón, que todos los prolegómenos son una pérdida de tiempo. Ninguno ha dejado de soñar en el milagro de acercarse a una hermosa mujer y decirle sencillamente: Tú. Y que ya esté todo hecho.
Lo que sucede es que hay que ser muy especial, tener el corazón valiente y sólido, y un gran desprecio por la sensibilidad de la mujer, para usar cualquiera de las muchas variantes del Método Directo.
Hay, por ejemplo, quien toquetea desde el primer momento: pellizcos en el brazo desnudo, manos al hombro, a la cintura, a la cara, poniendo con los gestos las cartas boca arriba: esto es lo que hay. Todos sabemos que esto funciona a veces, aunque en ocasiones es preciso repetir el tratamiento durante dos o tres días.
Hay quien usa la palabra sin que se le quiebre la voz. Esto y esto, mujer. ¿Qué respondes? Y no cosechan tantos cachetes como dicen algunos chistes, porque casi todas las mujeres -si están a solas- se sienten halagadas por estas primitivas manifestaciones de interés personal.
Hay quien se arrima. Directamente: te presento a fulanita. Hola, y se arrima tanto como puede. Hay quien deja pasar un cierto tiempo, el de tomarse una tapa de algo, y mete mano sin pronunciar una palabra. El fracaso tampoco suele conllevar la anticuada bofetada: todo lo más la mujer separa la mano osada. El sinvergüenza, entonces, pide otra tapa y vuelve a meter mano. Es sorprendente el porcentaje de éxitos.
¿Por qué? ¿Les gusta la osadía a las mujeres? Parece que sí si no hay muchos testigos y si es una osadía exenta de grosería. Al emplear el Método Directo no conviene usar un lenguaje fuerte o tabernario.
Los he visto que meten mano hablando de literatura, de política y hasta en silencio, como quien no quiere la cosa, mirando al tendido. Supongo que las complacientes afectadas se imaginan que ellos no pueden resistirse a sus encantos.
La grandeza de método directo reside en el gran desparpajo que hay que tener. Quien consigue esforzar el corazón lo suficiente, llega a elevadas cimas y no conoce jamás la vergüenza.


Desde mi punto de vista esto no es muy efectivo (hay excepciones). A la mayoría mujeres les gusta histeriquear.

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